miércoles, 10 de agosto de 2016

Roller coaster.

La peor guerra a la que puedes enviar a tus mejores guerreros no es la que haces contra tus enemigos, la haces contigo mismo. Cuando te quedas solo, cara a cara con tu mayor rival, tus mayores miedos se alimentan de ti y ahí estás tú; dándole vida a algo que a la vez te la quita. Porque conoces tus secretos más oscuros y acabas jugando sucio, en este tipo de peleas no hay reglas, eso de "no vale pegar mordiscos" no sirve.

Las razones son diversas, pero una única solución. Hacerte un análisis interno. El dolor yo lo divido en dos: el que te hace daño pero más fuerte y acabas aprendiendo de él, y por otra parte, aquel que te consume, te envenena lentamente y que no sabes que existe, pero ahí se encuentra. Es el último el que se evita siempre. Y aquí lanzo mi pregunta, ¿cómo vences a alguien que sabe todos tus puntos débiles? Alguien que te ha acompañado en todo momento, en los buenos y en los malos.

Si te descuidas, ataca donde hace más daño, te ridiculiza, hiere tu orgullo y tu dignidad la deja en el asfalto, con la respiración entrecortada y suplicando que no te de más golpes para poder inhalar una gran bocanada de aire fresco.

Se trata de intentar buscar oxígeno nuevo, puro y limpio. Rastrearlo hasta bajo las piedras. Es irónico que tengamos que perdernos para poder encontrarnos. Y que la única persona que nos pueda ayudar sea la única que nos pone el pie en el cuello.

No hay comentarios:

Publicar un comentario