lunes, 23 de marzo de 2015

A nadie.

Al exhalar el humo he notado que me rajaba la garganta como miles de navajas suizas recién afiladas, no obstante también me he dado cuenta de que me ha dolido menos que aquellas palabras que soltaste como si de disparos al aire se trataran. Un "ya no más" o ese famoso "he perdido el interés". Palabras, simples palabras que dependiendo de con qué otras se junten pueden crear el cielo o el peor de los infiernos, apuntando a quemarropa contra el alma, sabiendo que una vez que aprietas el gatillo ya no hay vuelta atrás. Y yo, que me quité mi chaleco antibalas, que fui ingenuo y nada precavido intenté esquivarlas, sin saber que intentarlo era como andar sobre el agua, como apagar el fuego añadiendo gasolina. Yo que no soy nada de rectificar, y allí estaba, suplicando un beso más de esos que te quitan el aliento y apenas puedes respirar, en mi boca saboreando el agrio de mis palabras, de mis actos, de mis insensateces. Sabiendo que para ti no existen las segundas oportunidades, sabiendo que nunca he sabido quitarte aquella coraza color carne que disimulaste.

Después de la tormenta siempre llega la calma, he escuchado siempre; debo de estar persiguiendo al huracán que me atormenta, viendo como sangro, sorprendido porque siguen brotando lágrimas. Yo, que me creía seco. Lamentando el no poder seguir jugando con tus lunares, no poder dibujar nada en tu espalda. Odiando mi soledad por ver como te ibas por la puerta, cerrando de un portazo tan sonoro que mi corazón se rompió en 4, o en 5... o en 1000.

Intentando congelar aquel momento, aunque fuera el último, pero congelado contigo y conmigo al fin y al cabo. Sacando las astillas del pasado, curando bien las heridas y pensando que podría volver a ser como antes.

Evaporándose por momentos tu interés en seguir conociéndome. Acechando sombras que tiran de ti, que no dejan que descubriera tu luz, luchando contra ellas por tenerte a mi lado. Con miedo de que descubran lo que me fascinó de ti, que sepan hacerte reír y disfrutar de noches mejores que las que ya sólo son recuerdos. Que sepan cambiar tus imperfecciones, las mismas que yo descubrí y dejé por ser perfectas. Que besen mejor que yo tus lunares.

Con miedo a que ya no
a que conmigo no
pero sin mi si.

Con miedo esperando a que no me eches de menos.

Soltando en enormes bocanadas los latidos que ya no quedan, o las ganas que me sobran.

Esperando
y desesperando.
Por ti.

miércoles, 18 de marzo de 2015

Ceguera irreversible de corazón.

Que nunca estuvo de más perdonar en silencios,
hacer caso omiso al orgullo y pensar con el corazón.
Sabiendo que al hablar en plata todo y nada se desvanecería.
Todo enigma por descifrar, el puzzle más ansiado de resolver,
y de volver a guardar en la caja desencajando las piezas.
Con la misma facilidad con la que me robaste un beso
o todos aquellos suspiros con toneladas de sentimientos.

Recordando tu sonrisa en el espejo, el humo del cigarro y la taza de café.
Tu voz al despertarte y tus "5 minutillos más" para quedarme,
que se convertían en un día entero.
Aquella mirada que transmitía calor, arrancando de mi piel todo el frío,
como hace la primavera con el invierno,

Bañando en lujuria todos mis lunares, dejando constancia en mi cuello de tus besos.
Confirmando tu existencia en todas mis extremidades, pecando juntos.
Que no hay mayor locura que morir dulcemente en tu cama,
en tus brazos. En ti.

Sabiendo que podrías cambiar mi vida, para bien o para mal,
trasladando la rotación de mi mundo hacia tu sol. 
Poniéndome en tu universo. Y yo en mis estrellas.
Soñando contigo y pintando tu sonrisa en mis eclipses más oscuros.

Cediendo y consumiéndome como tus cigarrillos entre los labios agrietados.
Asimilando que ninguna estrella vive para siempre, que hasta el rey más poderoso muere.
Que hasta un corazón se rompe.
Descubriendo tu anatomía, convirtiendo mis imperfecciones en tus pérdidas de sentido.

Reclamando lo que debería de ser tuyo, todo menos mi corazón.
Haciendo cuentas del tiempo que nos quedaría juntos.
Rebuscando en cajones aguja, hilo y vendas para el corazón.

Dejando de latir por tu amor.
Por ti,
pero no por mi.


jueves, 12 de marzo de 2015

A todas mis preguntas, todas mis respuestas.

Me pregunté si se podía sostener 
un corazón caliente con unas manos frías.
Me pregunté qué vendrías a buscar en mí,
si todas tus dudas las resolví.
Me dije que ya no más.

Me pregunté si pensar con la cabeza o con el corazón,
si ser razonable estaba incluido en mi forma de ser.
Me pregunté si debía arriesgarme y sentir,
porque un corazón roto piensa por dos.
Me dijo que ya no más.

Me pregunté si habría alguien más,
si yo sería ese alguien más,
Si sería alguien; a secas.
Sólo yo y un corazón; a secas.
Uno seco.

Me pregunté qué sería de mí,
de ti sin mí.
Me exigí que ser fuerte no sería ninguna opción,
sino una prioridad.
Cimentar las bases del olvido.

Me obligué a construir puentes,
derribar murallas y guardar armaduras.
Dejar de enseñar los dientes y las garras.
Saber distinguir el bien
de tu mal.

Y al final te pregunté.
Te hice pregunta y te convertí en respuesta.
Te resolví sin más.
Convirtiendo tu pecado
en mi perdón.

miércoles, 11 de marzo de 2015

Geografía de ti.

En cada caricia me perdí en tu mundo de serenidad y protección, sabiendo que ningún fenómeno atmosférico te arrebataría el calor de mi corazón. Situándome en continentes los cuales me moría en vida por explorar y descubrir, los más escondidos y los más expuestos, siempre tenía algo nuevo por conquistar. Estando en ti, estaba en mi paraíso; pero sin infiernos a la vista. Sin oscuridad ni nubes de tormenta. Nunca he podido evitar perderme en ti, buscarte, encontrarme y volver a desaparecer. Como si jugáramos al escondite, tu corazón y yo. Siempre se dejaba encontrar, y mi esmero en esconderme no era muy grande.

Teniendo muy claro mi Norte, en tus ojos lo perdí. Mi Norte, mi Sur y todas mis coordenadas. Mi pizca de vergüenza y mis ganas de dejarte marchar. Como ese verde campo después de cuatro noches lloviendo, y 3 primaveras floreciendo, recién húmedo por las gotas de rocío.
Aquel verde que me enredó sólo como una enredadera podría hacerlo. La misma que utilizó Romeo para subir al balcón de su Julieta.
El mismo verde que me quitó el sueño y lo transformó generosamente en ojeras.

Palabrería que cantabas la cual era mi auténtica perdición, resonando en mis oídos por días y las que repetía en sonidos mudos en las noches más frías de invierno. Pocas veces se quedaban colgando en tus labios, o rebotaban contra tu perfecta dentadura. Brillante como un auténtico diamante de Tiffany & Co.

Tu canon de belleza al más puro estilo de la antigua Grecia. Perfección absoluta. Pasión e inspiración. Desatando las mayores de las envidias allá por donde pasaras, queriendo besarte o, ser como tú.

Lo que nadie supo fue lo que escondías, un sin fin de risas robadas, besos devueltos con retraso pero siempre pagando intereses. Abrazos que abarcaban galaxias completas, teniendo celos el sol, puesto que el calor que ya recibía no venía de él, sino de ti.

Entre tanto, supe conocer mi suerte, supe valorar y darme cuenta de que aquello que creía soñado formaba parte de un principio de cuento, pero de esos que no tienen final, ni se comen perdices.

Un final que se marca con sólo cuando los dos corazones dejan de latir. No importa si se han adentrado en ti después de mi, porque lo que un día se quiere, no se puede borrar de un corazón marcado.

lunes, 2 de marzo de 2015

Yo, mi, me, conmigo.

El otro día me desperté al escuchar unos insistentes golpes en mi ventana, era la felicidad que venía para quedarse bastante tiempo, lo supuse por todas las maletas que traía. Me comentó que dejara abierta la ventana para que se fuera todo el aire que me contaminaba, y de paso para traer más cosas que se había dejado en la calle. Mientras, en el salón escuché todas aquellas carcajadas perdidas en tus labios, se pusieron muy contentas de verme y de tanto que gritaban, tarde un buen rato en saber lo que querían decirme "que nos quedamos nosotras también, pero prometemos no estorbar" escuché. Tras los sonidos del timbre de la puerta se escondía mi sonrisa, aquella que decidió irse el día que te encontré, pero que había decidido volver a casa, que había visto medio mundo y que a nadie que no fuera yo le sentaba tan bien aquella curva en los labios.

Les puse de comer, venían hambrientas de mi. De escucharme llorar, pero de alegría. Porque no hay nada más bonito que llorar de alegría, pensé en aquel momento. Me contaron que ya era hora de recobrarlas, que no me iban a volver a dejar solo.

Fui testigo en aquel momento de lo que perdí, de lo que dejé ir, se me escaparon; aunque por suerte supieron regresar. Y con más fuerza que nunca.

Nos pusimos al día, nos contamos todo. Supieron como iluminarme y hacer que recobrara el brillo de mis ojos al ser feliz. Para mi sorpresa, me comprendieron y decidieron que deberíamos de estar más unidos que nunca. Tardé casi media hora en analizar la situación, pero lo único que pensaba es que volvería a ser yo, que era ese el motivo por el cual habían venido.

Sacaron la basura, todas aquellas malas caras, lágrimas y demás amarguras que me habías causado. Supieron curar mi corazón, vendarlo y coser las heridas más espeluznantes que podría haber en aquel órgano que carecía de razón. 

No puse queja alguna, puesto que lo hacían por mi bien. Supieron perdonarme que un día las borrara de un plumazo de mi mapa, de mi rostro, de mi vida. Pero allí estaban mis ganas de ser feliz, reluciendo como si fuera el primer día, y si cabe, con mucha más fuerza e ilusión.

En resumen, te comento que vuelvo a ser feliz. 
Yo, conmigo.
Y mis cosas. Mis más y mis más menos que más.