domingo, 20 de diciembre de 2015

Victoria.

Reventé con los dientes la burbuja en la que estaba. Con mis propias manos destruí el pedestal al que te había subido. Y empecé a dibujar sonrisas en los surcos que las lágrimas pudieron dejar, renaciendo de las cenizas como si de un ave fénix se tratara. Porque de un modo u otro todas las heridas sanan, todas las cicatrices pueden disimularse.

Sé que si no hay imposibles, es porque todo es posible, también que ninguna ventisca ha durado más de lo que lleva brillando el sol allí arriba, donde volé tan cerca pero que a mi sorpresa, no me quemé; tampoco mis alas.

Tengo muchas preguntas, las cuales sólo el tiempo más sabio sabrá darme las respuestas. También he tenido mucho miedo, pero en pasado. Ahora solamente pienso en un futuro perfecto, en un futuro mío.

Le adjudiqué todos mis temores a la esquina del olvido, ahí siguen, en un rincón con miedo a atacarme porque saben que ahora mi coraza es del acero más resistente jamás creado. Porque saben que ya no pueden hacerme dudar de quién soy ni de qué quiero.

Llegar al fondo de este océano me ha servido para aprender a nadar con tiburones, ninguno ya me ve como una presa. Perderme dentro de los bosques con los lobos ha sido de gran ayuda para convertirme en el jefe de su manada. Todas las águilas ya saben que es imposible intentar volar más alto de lo que lo he hecho yo.

Dame cinco minutos y te cuento todas las veces que caí, y las que me seguí levantando.

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